sábado, 23 de abril de 2011

Promesa, misión y ciencia ficción.

Si existiera un vademécum de aquellos componentes que “no pueden faltar” en una organización social para que sea reconocida como tal (en la actual, abigarrada y basta jungla de “lo social”), sin duda, los objetivos, actividades y evaluaciones, serían de los primeros elementos mencionados. Todos estos elementos – y muchos otros- se encuentran condensados en aquello que se conoce como la “misión” de la organización.


Siguiendo esta lógica, la misión sería algo así como la PROMESA que la organización hace a sus públicos y, consecuentemente, el programa social, sería considerado como la cristalización de ella, es decir, la vía regia, para hacer efectiva la promesa prometida (recordemos que el verbo prometer quiere decir obligarse a hacer, decir o dar una cosa).


Como nos recuerda el dicho de sentido común (por eso, tan extraño): “del dicho al hecho hay mucho trecho”, parece existir una incapacidad, en las organizaciones que producen e implementan promesas, para conectar lo que se dice con lo que se hace en sus programas.

Más que describir las ficciones “sociales” o de abierta ciencia ficción que se desprenden de las misiones de estas entidades (y que van desde salvar almas, hasta terminar con la delincuencia o la injusticia social), sólo me permito circunscribir, en esta ocasión, eso que se denomina “promesa”.

La promesa (entendida como declaración que liga), no es sino la oferta que el programa hace a sus consumidores, usuarios, públicos y que se traduce en una serie de acciones, disposición de recursos profesionales y técnicos orientados al cumplimiento de la promesa.

Resulta curioso en este sentido, observar que la organización supone que este servicio es “necesario”, aún sin preguntarse: ¿son necesarios estos servicios cuando las personas suelen recurrir a ellos por obligación o como “último recurso”?.

Tal vez aquello que el programa “hace” resulta evidente a los directivos, a los profesionales y, con suerte, a los propios usuarios, sin embargo, el afán que parecen desplegar, ¿es expresión de la promesa?, ¿Qué es, finalmente, la promesa para la propia organización?

Más que “consecuencia”- como solía exigirse entre militantes tristes-, a los programas sociales debería pedírseles cumplir sus promesas a fin de mantener eso que en teoría política se conoce como “pacto social” y, que es donde finalmente descansa en orden político: en que cada uno haga lo que declara hacer.

Ángel Marroquín
Magíster en Trabajo Social
Pontificia Universidad Católica de Chile

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