domingo, 17 de abril de 2011

Programas sociales a la UTI (Unidad de Tratamiento Intensivo).

La organización de los sistemas de salud en Chile y el mundo suele tener un patrón común: se planifican y establecen a partir de niveles de complejidad asociados a las características de los públicos a atender. Es así como en el nivel primario se suele atender a pacientes de complejidad baja, en el hospital un nivel intermedio y en establecimiento especializados (como, en Chile, el hospital del cáncer, del tórax o neurocirugía) se trata a personas con patologías graves y que incluso, suelen decidir sus vidas en esos lugares.

A diferencia de estos metafísicos lugares, los programas sociales no cuentan con una organización similar, aún cuando las personas a las que prestan sus servicios suelen presentar (al igual que en el sector de la salud) problemas diversos y, en ocasiones también se juegan mucho más que una “atención social” en esos programas.

¿Es que en lo “social” todos los problemas son iguales?, ¿o es que da lo mismo ofertar servicios a niños como el “Cisarro” o a uno que ingresa por primera vez a un programa de sename?. Si bien existen diferenciaciones al interior de los programas (establecimientos de niveles de “complicación”) éstas resultan ser expresión de la “opinión” de quienes diseñan los programas (por lo general de espaldas a sus públicos) que resultado de las características de los sujetos previas al ingreso al programa. Debido a este déficit es que, tanto el Cisarro como el niño debutante, ingresan al mismo programa y reciben atención por parte de los mismos “tíos” del sename.

Tal vez hoy los programas sociales del Estado deben ser internados en una UTI (Unidad de Tratamiento Intensivo) y someterlos a un examen (como los que se estilan en esas unidades) que controle ciertas variables (aquellas de las que depende en última instancia la “vida del programa” y -no otras-, tal vez, entre ellas, aquella relacionada a las formas en que diferencian de sus públicos a aquellos que requieren “más” y “mejores” intervenciones debido a sus particularidades y no más de lo mismo.

Ojalá que esto sirviera para demostrar que el dinero “invertido” en los públicos NO es lo más importante en las intervenciones sociales.


Ángel Marroquín Pinto

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